Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Nuestro mundo muestra una fachada pero la realidad es muy otra. La publicidad en la televisión nos enseña lo que socialmente está de moda. Oficialmente, hoy todos estamos bien, nos sentimos felices, sonreímos continuamente, vivimos en casas bonitas, etc, etc. Pero eso no es más que una fachada, una apariencia que no logra tapar la realidad. Hubo un país tercermundista que, ante la llegada de una serie de jefes de estado de otras naciones para una reunión internacional, decidió poner unas vallas en la autopista que iba del aeropuerto a la ciudad para que no se pudiesen ver las chabolas y las casas de los pobres que se acumulaban a ambos lados de la autopista. Además, no contentos con poner las vallas, dieron oportunidad a una serie de artistas locales para cubrir las vallas con murales que representasen lo maravillosa que era la vida en aquel país. Estoy seguro de que muchos de los visitantes de aquellos días pensarían que aquellas vallas se habían puesto, como en los países ricos, con el fin de evitar la contaminación acústica que produce una autopista y que dieron por supuesto que al otro lado de las vallas había hermosas casas rodeadas de jardines más hermosos todavía. ¡Nada que ver con la realidad!

Lo mismo que pasaba en aquel país se puede decir de nuestra realidad personal, familiar o social. Presentamos una hermosa fachada, cubrimos las apariencias, pero detrás y debajo se esconde la verdad de nuestra vida, que a veces es muy diferente, negra, oscura e infeliz. Hoy Jesús nos invita en primer lugar a abrir los ojos a nuestra realidad, a no negar lo que no nos gusta de ella, a asumir que hay partes de nuestra vida que no son brillantes, ni están llenas de luz ni nos hacen sentir felices. Y luego nos invita a todos a acogernos a su compasión y su misericordia. Los que nos sentimos cansados, los que no terminamos de encontrar sentido a este mundo tan hipócrita y violento, los que, confusos, vemos que nos quedamos cortos de esperanza y largos de tristeza, todos estamos invitados a acercarnos a Jesús. Porque su “yugo es llevadero” y su “carga, ligera”. Ése es el Evangelio que se ha revelado a la gente sencilla, a los que son capaces de abrir su corazón, y reconocer que, al final, dependemos de él, de Dios, porque sólo de él nos puede llegar la verdadera paz, el auténtico consuelo, el seguro descanso.