Con el corazón en el domingo

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

“Os doy un mandamiento nuevo”, ¿en qué consiste la novedad? Que los hombres se amen no es nada nuevo, pero es que Jesús no postula el amor así sin más, escuchemos: “Que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. Lo significativo es: “Como yo os he amado”, vale, queda claro, hasta el extremo, hasta la muerte por el otro, aún hoy, esto sigue siendo algo revolucionario, es la nota típica por la que se puede reconocer a un seguidor como suyo.
 
El amor en Juan es la definición de Dios: “Dios es amor”, amor que no nace de la pura simpatía y por eso es más fuerte y es capaz de amar a los enemigos, de estar cerca del próximo, pero también de entrar en comunión con cada hombre, por el hecho de ser hombre e imagen de Dios. Sobre todo es servicio para la comunidad y engendra la vida en libertad, de todos aquellos que nacieron de la Pascua. El amor manifiesta la presencia de Dios en el mundo, no hay duda que la mayor fuerza de atracción que posee una comunidad cristiana para la gente de fuera, es ver cómo se aman, cómo se preocupan los más fuertes de los más débiles y pequeños. Se han dado pasos significativos en este aspecto de amor a los necesitados, pero aun nos cuesta convertirlo en una práctica comunitaria, pública y transformadora.
 
Os doy un mandato nuevo, amaros entre vosotros, quereros y mostrarlo, transformando nuestras comunidades, nuestra Iglesia, nuestra ciudad, nuestros barrios, nuestros pueblos, para que ese amor “sea la señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos”. No hay mayor gloria que hacerse servidor, porque se ama, porque se elige el camino que nos transforma en personas y que hace que también el otro se sienta persona. Como diría nuestro amigo claretiano, poeta y obispo, Pedro Casaldáliga: “Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.