En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo
entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se
bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que
crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un
veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y
quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Ícaro quería llegar hasta el sol con sus alas de cera, los mitos
antiguos nos hablan de la aspiración de subir al cielo, expresan con un
lenguaje simbólico, la sed de transcendencia que anida en el corazón del
hombre. La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés que celebraremos el
próximo domingo, nos hablan de esto, del sentido de la vida. Nos
recuerdan las antiguas preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene?
¿Adónde va? ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Cuál es el fin de mi
existencia? ¿Adónde va a parar la historia?... En concreto la Ascensión
nos recuerda a donde vamos, al Reino definitivo de Dios.
“Donde nos ha precedido Cristo, que es nuestra cabeza, esperamos llegar
también nosotros como miembros de su cuerpo”, nos dice la oración
colecta de hoy. Es el sentido de la fiesta que celebramos. Cristo es la
plenitud de cada vida humana y de toda la humanidad, el punto cumbre de
la ascensión humana. Debemos recorrer el camino de Cristo para ser con
él glorificados. Quedarse “mirando al cielo” es algo contrario a la
Ascensión. El creyente es un testigo para nuestro mundo, es un hombre y
una mujer encarnados, arraigados en la tierra donde se decide la vida.
No están las cosas como para evadirse de los problemas de la humanidad
con espiritualidades desencarnadas. Debemos de ser místicos de ojos
abiertos, contemplativos que sean sal y luz, que amen el Reino y luchen u
oren para que cambie lo que contradice el plan de Dios.
La Ascensión pone el Reino en manos de la comunidad de los discípulos
que deben: “id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la
creación”. Que el Reino se haga presente en la historia, es fruto, al
menos en parte, del testimonio de la Iglesia, nos jugamos nuestra
credibilidad y la de la Buena Noticia de Jesús. Que el hombre pueda
ascender a su plenitud, Dios pueda ser glorificado, que sepamos “hacia
dónde vamos”, depende mucho del estilo de vida que adoptemos. Según los
evangelios, Jesús viene del Padre y vuelve al Padre. Viene del amor y
vuelve al amor. Es fruto de la libertad absoluta de Dios y vuelve a la
libertad. Ese es el camino: el amor, la libertad y fiarse del Padre,
(fe, esperanza y caridad).